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El kiosco de la plaza

Amigos y aliados del kiosco de la plaza

POEMA DE VALERIANO BELMONTE A ÁNGEL, EL DEL QUIOSCO

Ángel, alma, corazón,
inteligencia y candor,
tu pequeño pabellón,
el de la Plaza Mayor…
se despide a consecuencia
de una hermosa despedida:
Te jubilas con la esencia
imborrable y repartida…
a lo largo y ancho
de medio siglo currando
igual que “El Quijote”
y “Sancho/ Panza”,
iconos galopando…
por terreno castellano…
Ángel, vendedor de prensa,
el más seguro y más sano
que, en cada jornada intensa…
a través de los periódicos,
los tebeos y las revistas
has dejado altas las listas
del papel con tus armónicos…
métodos, con el armiño
blanco de tu buen talante
trocado en adulto, en niño
y en señor gratificante.
Cincuenta años a la vera
de un rincón que ya es Historia…
y que llevo en la memoria…
Ángel, antorcha y solera…
para atrapar a la gente
que adora al hombre sincero,
tierno, “semanasantero”,
delicioso y ocurrente.
Has visto la evolución
de una parcela cambiante
y has seguido en todo instante
la triste demolición…
de algún inmueble emblemático
que decoraba la zona
y has mimado a la Patrona
y, ella, ser noble y simpático…
te ha sonreído juncal
desde su puerta dorada
de la Santa Catedral…
Persona privilegiada…
de mi impagable Albacete
popular e idolatrado,
hoy, en tu nombre se ha izado
un insigne gallardete…
para premiar  tu bondad…
Te marchas con facultades
y con tu eterna humildad,
disfruta y…¡Felicidades!

Poema y dibujo de Valeriano Belmonte, publicado en La verdad. Cartas al director.
Miércoles, 30 de julio 2008

CARTA A ÁNGEL Y ROSA DE JOSÉ VALTUEÑA GREGORIO


Albacete, 21 de Noviembre de 2008.

Queridos amigos:
Me ha costado bastante encontrar un rato de tiempo para sentarme ante el ordenador, y compartir con todos los que os quieren, unas palabras sobre vuestras fructíferas existencias. Éstas,  las escribo. A vosotros os las digo cada vez que nos encontramos por las calles de nuestro querido Albacete.
Triste ha quedado la Plaza que fue vuestro barrio. Vacío y frío el kiosco que fue vuestra casa. Huecos nosotros que pasamos hoy por el kiosco y ya no paramos, y nos quedamos en la boca con aquel saludo que unas veces era casi furtivo por las prisas y que otras veces se convertía en distendida charla.
Ciertamente yo no os conozco por vuestro kiosco: Si hubiérais tenido que sobrevivir con la prensa que yo os compraba, os habríais muerto de hambre hace años. Aquella no era mi zona habitual de paso, no era mi barrio. Como bien sabéis, yo soy nacido y criado en la Huerta de Marzo.

A vosotros os he conocido entre sones de tambores y cornetas, entre terciopelos de colores que representan a las doce Cofradías de Semana Santa de nuestra ciudad…

Sólo Dios sabe lo que la Semana Santa de Albacete te debe, querido amigo Ángel: han sido muchos esfuerzos , muchas alegrías de Resurrección, y como no podía ser de otra manera, también has tenido tu cruz. Has cumplido con tu paseo por la calle de la amargura. Ya sabes que el Señor nos quiere parecidos a Él y para eso hace falta coger la cruz, hace falta sufrir las burlas, los desprecios, los desengaños…

Como Cristo, también has tenido la suerte de tener a tu lado a una valiente mujer, una “Verónica”, que te ha acompañado siempre, que te ha entendido y que ha curado con su paño las heridas que otros te hemos ido haciendo. Esa santa mujer es Rosa, tu esposa; una valenciana que es más manchega que los manchegos. Con ella comparto el cariño por el pueblo que la vió nacer: Teresa de Cofrentes.
Cuando nuestro obispo D. Ciriaco Benavente me entregó el acta en la que me confirmaba como Presidente de la Junta de Cofradías de Semana Santa , me dijo:
“Desde este momento representas a los miles de nazarenos que participan en la Semana Santa de Albacete. Cada vez que digas algo como Presidente, ellos mismos lo estarán diciendo”.
Y como creo firmemente en cada una de las palabras que salen de la boca del que ahora es mi Padre y Obispo, os dejo con el afecto de cientos de corazones nazarenos, agradecidos por todo lo que habéis hecho por nuestra Semana Santa. Estos corazones que esperan y saben que podremos seguir contando con vosotros para siempre.

José Valtueña Gregorio
Presidente de la Junta de Cofradías y Hermandades de Semana Santa de Albacete

UN MERECIDO DESCANSO PARA ÁNGEL Y ROSA

 

Desde primeros de agosto está cerrado el quiosco de la Plaza Mayor. La persona que ha estado al frente de este negocio durante los últimos 54 años, Angel Chacón, se ha jubilado. Tanto él como su mujer, Rosa Miravalles, que ha compartido con Ángel el oficio de quiosquera, se tienen ganado a pulso un merecido descanso.
Hasta donde me alcanza el recuerdo, siempre he visto a Ángel y a Rosa al frente del quiosco de la Plaza Mayor. Por eso no es de extrañar que durante estos últimos días todos lo que vivimos por esta zona nos sintamos un poco huérfanos al ver el quiosco cerrado. La verdad es que los echamos de menos.
Ser quiosquero no es un trabajo de riesgo, pero sí muy sacrificado. Quizás por eso, en estos momentos, no hay nadie que los sustituya. Poca gente era consciente, cuando se acercaba a comprar el periódico o alguna revista, de que Ángel se tenía que levantar todos los días de madrugada –durante una gran época del año aún de noche- para que los demás pudiéramos recibir a tiempo las noticias del día.
Poca gente sabe el sacrificio que supone recoger las publicaciones de la distribuidora, llevar la cuenta de las devoluciones, hacer el reparto diario y, encima, tener abierto el quiosco para atender, de buen grado, a todos los que nos acercábamos por allí.
A veces me admiraba al contemplar la paciencia que desplegaba Rosa, atendiendo a los pequeños indecisos que se acercaban a comprar “chuches”, y que dudaban entre una fresa o un limón. Y ella, sin perder la sonrisa, les iba mostrando el género hasta que el niño o la niña se decidía.
Tampoco torcía nunca el gesto al escuchar algún comentario impertinente sobre alguna publicación o fascículo, que no había llegado, como si fuera culpa suya. Ni siquiera se alteraba Rosa –al menos demasiado- cuando, tijera en mano, tenía que recortar cupones de los periódicos y rebuscar las películas o los libros que regalaban ese día.
Lo único que hacía era resignarse al comprobar cómo habían convertido su quisoco en un bazar, lleno de relojes, collares, pulseras o medallitas, por obra y gracia de los departamentos de márketing de los periódicos, que deciden invertir en regalos, más o menos peregrinos, en lugar de ofrecer mayor y mejor información, para elevar las ventas.
Tanto Ángel como Rosa, tenían asumido que para ellos no había domingos, ni fiestas de guardar, más allá de los tres días al año –Navidad, Año Nuevo y Sábado Santo- en cuyas vísperas permanecen cerradas las redacciones de los periódicos y, por tanto, no hay diarios que vender en esos días.
Así, Ángel y Rosa han sufrido, día tras día y año tras año, los fríos inviernos de Albacete y los sofocantes calores veraniegos, metidos en su quiosco que, aunque se ha ido modernizando con el tiempo, continuaba siendo pequeño e incómodo por dentro. Sobre todo al llenarse de chanclas, pareos y gafas de buzo de las promociones de las revistas, que tampoco dejan atrás a los diarios en cuanto a regalos llamativos para colocar su producto.
Sí, el quiosco de la Plaz Mayor está cerrado, pero eso en realidad no importa demasiado. Lo que echamos de menos no son los productos que vendían Ángel y Rosa, sino a ellos. Por mucho tiempo que pase,y aunque el negocio se abra de nuevo, nadie podrá ocupar nunca su lugar. Ellos, con su humanidad, su saber estar y su trabajo honesto y callado, han formado parte de la vida de esta ciudad, y de todos y cada uno de los que los hemos tenido el privilegio de conocerlos.
Los libros de historia no hablarán de Rosa y Ángel, ni siquiera lo harán los periódicos que ellos vendían; aunque debido a la jubilación hayan ocupado unos días algún espacio de los medios de comunicación. Sin embargo, al menos para mí, se merecen más titulares a cinco columnas, en las primeras páginas, que aquellos que protagonizan las noticias habitualmente.
Rosa y Ángel, Ángel y Rosa, gracias por vuestro sacrificado trabajo, tan pocas veces reconocido, y por las lecciones de humanidad y cariño que nos habéis ofrecido a lo largo de vuestra vida.
Porque debéis saber que cuando acudíamos como moscas a la miel a vuestro quiosco, no sólo íbamos a comprar algo de lo que vendías, sino que lo que nos atraía era la parrafada que echábamos con vosotros y el contacto humano que nos brindábais. Os doy las gracias por ello. De corazón.

Rosa Villada. Periodista. Escritora.
Autora de:
*El Color de las Palabras
*Laberinto de Sueños
*Vidas Imaginadas
*El Camino de los Locos

Su página web:http://webs.ono.com/rosavillada

ÁNGEL CHACÓN ROMERO, DEL KIOSCO DE LA PLAZA MAYOR

Este kiosco perenne y cambiante ha sido testigo y cooperador necesario en miles de historias de Albacete, y por allí estaba Ángel Chacón cuando aún no era un joven promesa del Albacete balompié, y José Antonio Camacho sólo era uno de los numerosos pateadores de espinillas que jugaban al fútbol en los solares, en equipos de siete o de catorce, sin balón, ni reglamento, y sin otro límite de tiempo que la hora de recogerse.
Ángel Chacón conoció a todos los de la plaza cuando era mercado: al hijo de "la Morena", que vendía plátanos, al que visitaban bandadas de gorriones que se posaban en su cabeza y sus hombros , con los que hablaba imitando sus trinos y gorjeos cuando comían de su mano, porque era un santo, como los que lo añoramos y varias generaciones de gorriones podemos testimoniar. Cuando murió, desaparecieron los gorriones de aquel puesto, y nunca más volvieron.
Y conoció a la madre y al hermano de Teresa, que tenían un carro con lecheras de aluminio con aguacebada, limonada y zarzaparrilla, que refrigeraban en un lecho de hielo picado, que se licuaba dejando un reguerillo cuesta abajo, y justo al lado, estaba el hombre que ponía sobre una caja bocabajo su cesta de mimbre con dos tapas, que vendía rollos de matalahúva y rosquillas, acechado por los críos y las moscas.
Ahora les cascarían una multa por no tener registro de sanidad, no llevar envoltorio y etiquetaje, y no espantar con algún artilugio a los pájaros.
Y también conocía a los del taller de bicicletas y motos de la plaza, donde se comentaban las hazañas de Bahamontes y se estrenó el pegamento para los parches, que erradicó el recauchutado para arreglar los pinchazos de las ruedas.
Y conoció a todos los que trabajaban en el bar Manolo, el bar Juan José, el bar Pepe, el Bar los Corales, donde se mataba el gusanillo con un café y un aguardiente a las cinco de la mañana, cuando acudían todos los vendedores al mercado, como Carmen, su madre, que era pescadera, y llevaba a esas horas a Ángel para dejarlo al cuidado de la encargada de los urinarios, hasta la hora cerrar, a las tres o las cuatro de la tarde, después de haber puesto todo el pescado que no se había vendido en cajas de madera, cubrirlo con hielo picado y sal, y fregar el mostrador con estropajo de esparto, jabón de losa y lejía. Y, como todas las placeras, sólo entonces podía recoger a su hijo e irse a casa con él.
Si eso ocurriera ahora, declararían a los niños en riesgo, y le quitarían la custodia a las familias para convertirlos en un rebaño apacentado y estabulado por los servicios sociales.
Ángel creció como todos nosotros, vigilado por todos los placeros y campando libre por la plaza Mayor, escuchando a los charlatanes que lo mismo vendían medias de cristal, peines, sartenes, ollas, aparatos de hojalata rizada para hacer flores de sartén, quinqués, o toballas, embelesando a sus oyentes con sus demostraciones sobre las cualidades irrompibles e ignífugas de sus productos, que siempre iban acompañados con tandas de regalos. A los dos días de comprarlo, el peine empezaba a perder púas, las medias se agujereaban al enseñarles la punta de un pie, el quinqué perdía aceite, las mantas y las toallas se desahacían dejando borra, y el trasto para hacer flores de sartén no retenía ni una gota de masa entre el cuenco y el aceite caliente...
Y mirábamos fascinados a los carteristas, los más elegantes y mejor vestidos de los paseantes, que despojaban a los pardillos con artes de puro malabarismo, y a sus aliviadores que recogían lo robado y dejaban al artista limpio como un querubín si lo pillaba la policía, dispuesto a clamar su inocencia con sonora indignación, en una interpretación digna de un Dicenta.
Quizás por eso, a nosotros, los políticos de la democracia nos pillaron entrenados y con el colmillo retorcido.
En aquellos tiempos, en el kiosco de la plaza Mayor, José Córdoba vendía cuentos de Calleja, novelas de Salgari, Marcial Lafuente Estefanía, El Coyote, sobres sorpresa, tebeos de "Roberto Alcazar y Pedrín", "El Jabato", "Hazañas Bélicas", "El Hogar y la Moda", "Vidas ejemplares", periódicos como "Arriba", "ABC", "La voz de Albacete", y pipas, caramelos, bolicas de anís, paliduz... y en algún sitio, un maestro, en una escuela, nos esperaba con su temible palmeta para meternos en cintura.
La pedagogía se inventó mucho después.

...(continuará)

Imágenes de albacete-fotos.blogspot.com